en Cézanne son dos ojos nadando en pinceladas,
Van Gogh mira fijamente desde un oscuro halo en torbellino,
Rembrandt asoma como si se tomara un respiro
del cuadro Sansón cegado por los filisteos.
Pero en éste, Goya está bastante alejado del espejo
y se nos muestra ante la mesilla de su estudio
frente a un lienzo recostado en un alto caballete.
Parece dirigir una sonrisa hacia nosotros, como si supiera
que nos divertiría contemplar su extraordinario sombrero,
cuya cinta a todo alrededor está llena de sujetavelas,
un artilugio que le permitía trabajar de noche.
No puedes sino preguntarte cómo sería
llevar un candelero así en la cabeza
como si fueras un salón o una sala de conciertos andante.
Mas una vez has visto este sombrero, ya no necesitas leer
ninguna biografía de Goya ni memorizar fechas.
Para comprender a Goya sólo tienes que imaginarlo
encendiendo las velas una a una, y luego poniéndose
el sombrero, preparado para una noche de trabajo.
Imagínalo sorprendiendo a su mujer con el nuevo invento,
la risa como ante un pastel de cumpleaños cuando viera ella el resplandor.
Imagínalo parpadeando a través de las habitaciones de su casa
en compañía de sombras que vuelan por los muros.
Imagina que un viajero perdido llamara a su puerta
una oscura noche en la colina, país de España.
‘Pase’, le diría, ‘estaba retratándome a mí mismo’,
parado en el umbral y sosteniendo el mango de un pincel,
iluminado bajo el fulgor de su famoso sombrero de candelas.
"Sombrero de candelas" Bill Collins
6 comentarios:
No Guille...
En los autorretratos lo que domina es el grito; un clamor instantáneo que gime deseoso de que reparemos en él, que comprendamos su ansia.
En los autorretratos retratos de unos pocos, prima el alma en la mirada.
Contempla la rabia y el desprecio cezanniano, origen de las Vanguardias, simiente geométrica; el dolor de la carne rasgada, atravesada cual acerico, carente de esperanza, del loco de Arlès; la sorpresa juguetona y dominadora del escorzo del enamorado de Saskia; y, en fin, del hombre casi cincuentón que va sintiéndose sordo, que nos mira amparado en una cortina de luz, para que, quizá, no apreciemos el horror que se avecina y que él intuye en la Cámara.
Porque la luz de las velas no es otra cosa que llama apasionada. La abrazará Van Gogh en Saint Remy, pintando noches que parecen fuegos de artificio. Recurso febril de quienes desconocen las horas y entregan necesariamente alma, corazón y vida en cada pincelada; de aquellos a quienes la palabra les queda pequeña, pues nos quieren explicar la vida.
En los autorretratos quizás cada pintor quiso mostrar a los demás como se veía él mismo, aunque creo que luego cada espectador saca sus propias conclusiones.
Buen fin de semana.
Extravagancias geniales, propias de genios -se me permita la redundancia-
Y cuando el arte asoma impaciente... y cuando no puede esperar a que llegue la luz del dia...
Un abrazo!
En los autorretratos, al igual que los "autopoemas" el pintor se retrata el alma, en el momento.
Ultimamente me ha dado por encender velas, y siempre mancho algo con la cera. Seguramente, Goya sería menos patoso que yo, porque no sé como, en su caso, salvaguardaría los lienzos de la cera.
Besos
Sombreros que cubren cabezas y encuadran los rostros. Ahora, no se por qué, no llevamos sombreros ¿será porque no tenemos nada que cubrir y poco por encuadrar?
Si en el retrato el artista debería dar forma al alma del retratado y pintar esa idea, el autorretrato debería de ser algo así como una reflexión, una confesión pública, un acto de estricto exhibicionismo. Y eso es muy peligroso. Tal vez por eso con frecuencia lo que contemplamos en el autorretrato es una manifestación de narcisismo, algo muy frecuente (y tal vez necesario) entre los que se dedican a esto del arte. Así que el autorretrato es como una imitación de uno mismo, una mentira al fin y al cabo: nos muestra solo lo que el que lo hace quiere enseñar.
Y quizá eso se nota muchas veces en la mirada de los autorretratos. Suele asomar del cuadro como queriendo atisbar algo desde ahí dentro, como si el pintor se esforzara porver lo que ocurre al otro lado, en el espacio del espectador, y atisbar su reacción ante lo que le muestra.
Siempre domina un silencio a punto de estallar, es cierto...
Saludos
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