domingo, 17 de enero de 2010

53...y penúltimo


"Haunting music"
ANNEKARENIN GLASS




De músicas que se ven



A veces jugaba a ser animal discreto
oculto en una sombra, sabía
de músicas que no se oyen, se ven.
Se ven por todas partes.

Minuciosamente anotaba cada movimiento
de proporciones exactas, la arquitectura anímica
de cada secuencia.

Música para la mirada:

-El movimiento leve y profundo
de los que caminan enamorados.

-La aurora, cordial bebedizo
que dilata la pupila del presente
sin abandonarse al futuro ni desairar el pasado.

- La infinita caída del sol detrás del horizonte
sosegada nota , muda y sigilosa
hacia el misterio de la noche.

-Las modulaciones del agua en las fuentes
sus acordes delicados de arpa cristalina.

- El aleteo de pestañas de quien mira fijamente
desde la ventana desperezarse a los plataneros.

- El sonido alargado de los pinceles
sobre las telas humedecidas de nostalgia
acechando la campana de la torre…


Y se acostumbró a colocarse del lado de la brisa
para arrancarle alguna nota alegre
a las posibilidades infinitas de una nube.

Dicen que es así como poco a poco
fue convirtiéndose en música,
viajando en su oleaje de emociones
reconoció el complejo caminar en cuatro tiempos

de los seres:

Que se mueven y suenan como agua
cambiantes, inaprensibles
dejan tras de sí una sed profunda.

Otros, voraces como el fuego.
Cerca de ellos se escucha como crepitan,
se consumen, arden.

Los hay de movimientos grises y sonidos terrosos.
Es difícil penetrar su intimidad, pero si escuchas su cíclico vaivén
dejan tras de sí raíces fértiles.

Algunos otros suenan tan ligeros que dan aliento,
se respira mejor alrededor de ellos
acaso conocen mejor que nadie ese universo entero
y dejan tras de sí metafóricos sonidos,
aromas usurpados a la diminuta flor llamada Cosmos…

La partitura de una sonrisa extraviada
que sólo conocen las voces antiguas.


viernes, 15 de enero de 2010

Los fenómenos climáticos, y las tormentas por excelencia, han sido fuente de inspiración para pintores, escritores y músicos que han expresado através de su arte esa mezcla de temor y fascinación que experimenta el ser humano cuando la furia del cielo se desata.

El trueno reverbera en la intimidad del hombre como recuerdo vibratorio. Memoria sonora de una potencia capaz de conmover la materia y la conciencia.






¿Pero quién maquina el tumulto atronador?

Gigantes vestidos de nubes se apelotonan en el cielo.
La lluvia entonces chasquea sus dedos de agua sobre la tierra,
alberga en su regazo líquido las venideras polifonías.

Desde las alturas se descuelga un rugido,
el clamor del cielo embravecido.

Estalla el tambor fragoroso del trueno;
la fuerza pletórica de cuchillos de luz
sangran las venas abiertas, el verbo caliente del rayo
y las fugaces jabalinas del relámpago
horadan la tierra.



En principio buscaba acompañar el texto con alguna composición de música clásica. Maestros como Vivaldi, Beethoven, Tchaikovski o Sibellius, han descrito la ira de la tempestad en alguna de sus obras más conocidas. Pero por casualidad encontré el video y me pareció curioso que sin grandes complejidades técnicas, simplemente con las explosiones percusivas del cuerpo y los trabajos de la imaginación se generara una atmósfera chisporroteante. El recuerdo vibratorio que alberga en sí la electricidad de la tormenta.

lunes, 11 de enero de 2010

Con la poesía, ya se sabe...

Atravieso la zona de mesas de estudio procurando hacer el menor ruido posible… pero no hay manera. La suela de goma de los zapatos cruje. Con cada paso, un alarido chirriante de ventosa.
Me interno por los pasillos hacia la sección de poesía.
Ya no me persiguen mis pasos orquestados. Es como si el piso se hubiera ablandado y fuera capaz de absolverlos.
En el aire flota ese ambiente de fabricación silenciosa que reconozco, como la lluvia de otro tiempo.

Recorro las estanterías, me detengo en el estante de los libros más recientes, el corte superior está impoluto. Tomo éste, leo un poco, lo vuelvo a colocar, aquél ya lo hojeé en otra ocasión, pudiera ser el turno de éste, pero no, parece que no, ¿y éste?...
(«Uno tiene la sensación de adentrarse en la espesura, en busca de una verdad que, cuando llega a tocar, no puede atrapar porque es atrapado por ella. De ahí que no haya fuga posible, la fuga es un entrar ‘más adentro en la espesura’, más adentro en la ignorancia también.»)*
...leo, leo y sigo leyendo y cuando quiero darme cuenta el tono melancólico y la levedad de los motivos, han atrapado la intención. Será éste.

Me dirijo al mostrador. Al vuelo capto la mirada de uno de los bibliotecarios. Arquea las cejas y ladea la cabeza ligeramente señalando a su otro compañero: le toca a él. Doy la vuelta al mostrador y le entrego los libros al otro bibliotecario. Se los acerca, pasa el lector de código de barras por el primero, por el segundo… por el segundo…de nuevo por el segundo… en pantalla aparece un recuadro de error en rojo y un botón de "OK". Mira la pantalla durante unos instantes. Hace clic en "OK" y vuelve a intentarlo, sin éxito.

—Vas a tener que esperar un poco, parece que hay problemas con este libro.

Se sonríe. Atónito vuelve a mirar la pantalla

—¿No existe?... ¿Pero cómo va ser que…? No, pues me dice que no existe.

Alza la mirada hacia la compañera que está enfrente, en una mesa aparte y le dice:

—Mira tú éste, que no sé qué le pasa.

Ella toma el libro y se sienta ante la otra pantalla. Al cabo de varias indagaciones comenta para sí:

—¡Qué raro…! Parece como si no estuviera aquí desde el año …

Sonrío tratando de comprender lo absurdo de la situación

— Dáselo en préstamo y haz como si aún no hubiera sido devuelto— Le dice bromeando el bibliotecario más joven.

—Por mí, no hay problema— intervengo, siguiendo la broma—; Si son capaces de engañar al “chismático” con teclas ese… ya cuando termine de leerlo, os traigo el libro invisible que nunca existió…

La mujer sonríe contrariada. Descuelga el teléfono, marca una extensión y pregunta:

—¿Puedes subir un momento? Pasa algo raro con un libro—.

A continuación levanta la mirada hacia mí:

—No sé si se lo podrá llevar—.

Y añade, como informada de un problema que no es nuevo: —Con la poesía, ya se sabe…

Sube la jefa por las escaleras y se apoya sobre el mostrador.

—Mira— le dice la otra, señalando la pantalla.

—¿Tiene la ficha?

—Sí, ésta. Pero es como si este libro no fuera de aquí…A lo mejor de otra biblioteca

La jefa toma el libro entre sus manos, comprueba las marcas de registro trazadas con lápiz.

—Tiene las marcas, pero le faltan los sellos. Qué raro…

—Y desde el año…

—Bien— dice la jefa, resignada a no comprender. —Habrá que ponérselos.

La jefa le pone los sellos, lo registra en la base de datos y se lo entrega a la bibliotecaria. Ella le pasa el código de barras, mientras vuelve a comentar, en voz muy baja, casi íntima:

—Es que, con la poesía, ya se sabe…


¿Se sabe qué? me digo. ¿Qué es lo que sucede con la poesía? ¿Es un misterio esquivo sobre el que hay que estar prevenidos?.¿Es más propensa a las desapariciones?


A través de los cristales de la sala observo a los estudiantes, los exámenes de Febrero están a la vuelta de la esquina. Se inclinan en silencio, tensos sobre libros y apuntes. Un poco más alejados los lectores de periódicos y revistas, serios y concentrados ocupan con determinación el lugar como si garantizaran su defensa ante un peligro.
Recojo los libros, doy las gracias y busco la salida.

Ya ha anochecido. A la luz del resplandor azulado de la nieve, leo al azar un primer verso. Pende como un hilo de araña que no encuentra donde posarse y ondea en el aire gélido:

Escríbeme, para que yo exista…



* (Claudio Rodríguez, La otra palabra. Escritos en prosa.)

domingo, 3 de enero de 2010

Érase que se era...

Una peculiar pareja:

Ella, una espléndida vaca, robusta, de gigantescas ubres y poderosos cuartos traseros. Tenía unos ojazos celestes que cautivaban por su mirar manso y; pese a su enormidad, poseía andares muy coquetos.




Él, un burro noble, con indicios de tozudo, un aspecto tan escuchimizado que no pasaba día en que no pidiera perdón por estar vivo, y acaso le sucedía por ser demasiado humano.



Llevaban una vida bucólica. Vivían en un pastizal y pernoctaban en un establo. Como vaca que era, no podía coger el bolso y salir a comprar pan y verdura al pueblo para no llamar mucho la atención. Permanecían retozando y pastando en la ladera de aquella montaña. Él la acompañaba con su trotecillo desigual y de cuando en cuando zampaba algo de pasto junto a ella, pero en menor cantidad porque tenía el colon irritable. Eso decían. Lo que no significa que sea verdad. O mentira.

Precisaré algunas cosas. La vaca, que llegó a aquel lugar huyendo de un toro que no le daba tregua, tuvo serias dudas —al principio— de involucrarse con nuestro burro: éste la mimaba restregándole los lomos con ahínco, mirándola enloquecido casi, musitándole caballerosos rebuznos... pero terminó por ganarse su corazón.Para el burro, la sola presencia de la vaca le hacía olvidar su soledad y aquel eterno peregrinaje que había sido su existencia sin moverse del mismo sitio, uncido a la noria de un molino.

Pensándolo bien, cualquiera podría enamorarse de una vaca de ojazos celestes, por muy burro que sea. Cierto que le faltaba saber escribir, no ir dejando boñigas por cualquier sitio, no espantar moscas con las orejas o regoldar en público... es decir, no ser tan estereotipadamente vaca, para cumplir con los requisitos que exige la dialéctica del amor humano. Pero no viene a cuento ahondar en estas cuestiones,ahora.
Pese a estos condicionantes, ella contaba con un don: pensaba y hablaba lo justo. Como los pensamientos no dejan de ser volutas de misterio, no podría decirles qué pensaba realmente la vaca.

Dicen las gentes que tenía una voz clara y que al regurgitar cada palabra no sacaba la lengua. Hablaba, en efecto, apretando dulcemente el morro. Urge decir, en honor a la verdad, que lo hacía como riendo, y sólo Dios sabe cuán hermosas se ven las felices bestias, mientras parlotean con una plácida sonrisa en la comisura de los labios.

Pero aquellas cualidades de la vaca tampoco eran todas, falta indicar quizá la más sorprendente: sabía leer. Así, como se lo estoy contando. Mientras el burro, a fuerza de observarla, había aprendido a repetir las vocales. Gracias a ella, hasta logró rebuznar tímidamente en inglés my dear friend, querido amigo y alguna que otra palabra suelta. Cualquiera no aprende tantas cosas porque sí (me da a mí, que la motivación estaba clara). Estaban hechos el uno para la otra… aunque al principio pareciera una relación contra natura. Lo que no significa que sea verdad. O mentira.

Desconozco quién suministraba libros y revistas a la vaca. Pero es un hecho que de inmediato cesaba de rumiar e iba a tumbarse bajo la sombra de los árboles, cruzada de patas (¿o debería decir piernas?) y poníase a hojear el material o a leer el texto. El burro, la escuchaba como un devoto, con la mirada puesta en los morros de su amada Antía que así se llamaba aquella hermosura de vaca.
Cuando la vaca hablaba, a él le temblaban las orejas de emoción.

—Te diré una cosa, Eulalio: un amor no correspondido es una desgracia. ¿Tú qué opinas?

Eulalio, que así se llamaba el enamorado burro, arrebolado la miraba y la miraba sin atreverse a decir ni mu... pues dicho mu, en boca de burro y sin que hubiera ensayado más que a escondidas, hubiera sonado como contradictorio (creo yo).


Pronto se hizo de dominio público la historia sobre una vaca espléndida que daba quince litros de leche al día, tenía los ojazos celestes, un inenarrable trasero, varias arrobas de peso y que, por supuesto, hablaba y leía a la manera del más reputado orador. Del burro, poco se dijo (Corrijo: un colectivo de burros hizo circular algún que otro rumor maledicente; pura envidia. Y la federación de sementales vacunos, inició una huelga de miembros caídos ¿Dónde se había visto, semejante extravagancia?)... Pero a Eulalio y Antía, este revuelo no les afectó para nada. Eran felices y no hay nada más que explicar.

Cierto día, se presentó en el pastizal una reata de burros,entre curiosos y concupiscentes perdidos.... los muy burros, quienes trataron de enamorarla torpemente. En todas partes abundan los insensatos que creen que para seducir les sobra con el lenguaje de los músculos, o de un "músculo" en particular. Antía los ignoró y pizpireta fue a tumbarse en el jugoso prado y así permaneció un tiempo absorta en sus pensamientos o elaborando un poema como una plasta, vaya usted a saber…
Lo cierto es que estaba sumida en sus meditaciones cuando de improviso se le acercó peligrosamente el corpulento toro del que había huido hacía ya algún tiempo. Cabeceaba enrabietado, inflando las condecoraciones albas de su pecho, piafando de un modo amedrantador.
Rodeó a Antía pero no logró acoquinarla, ésta con un habilidoso movimiento puso en pie sus 50 arrobas, se arrellenó las ubres desfiante y enfrentó sus cuernos de mentirijillas a los afilados cuernos del toro, sin perder la compostura.

Pero cuentan que fue Eulalio quien, probando la suerte de Don Tancredo, inmóvil de orejas a rabo (enhiestos ambos dos: orejas y rabo en pose de figurín) hizo huir desconcertado al berraco, rompiendo a hablar en una mezcla de correcto español e inglés rebuznado fino fino; eso sí, la frase le salió de lo más rara pero con una autoridad pasmosa...

Te diré una cosa, Antía: I think que puede ser verdad... o nooouu, my daaaarling?.

Cuando me contaron esta historia, me pareció increíblemente cierta. Sospecho que la vaca tenía ascendencia irlandesa y que algún ancestro del burro era gallego, por más señas. A la postre, abandoné esa linea de investigación porque no deja de ser una trangallada como dicen en mi tierra, que al final ni quita ni pone al cuento. La ubicación del tiempo no viene al caso, pero supongo que sucedió hace ya una montonera de años...Por lo mismo, ruego se hagan cargo los lectores, que si este cuento adolece de moraleja es porque no hubo manera humana de encontrársela (por más que rebusqué). Lo que no significa que sea verdad. O mentira.