martes, 24 de agosto de 2010




Últimamente solo pienso en nimiedades.

Hasta que no me he puesto a ordenar cajones después de acabar una pequeña obra en casa, no me he dado cuenta de que el confuso reino de mis emociones tiene muchos borradores. Garabatos de trazo desvaído que aparecen en lugares insospechados:
Una notita, escrita a lápiz en papel de seda, dentro del costurero. Puntadas sueltas que fueron a parar ahí y no recuerdo a santo de qué … Chamarilería de botones e imperdibles. Puntadas atrás. El tiempo tiñe de misterio las cosas.
Folios dentro de libros, en los cajones. Escritos antiguos en tinta azul decolorada por el tiempo sobre papel antaño recio y blanquísimo en el que aún se distingue la marca de agua del galgo. Trampas ingenuas, tachaduras, laberintos de forma y sentido. Libretas escolares que mi hija va dejando casi intactas de curso en curso y voy aprovechando.

Me resisto a abandonar esa vieja costumbre de escribir a mano. Comprendo que los tiempos cambian y que cada vez se escribe menos, en el sentido estricto de la palabra. Yo ahora estoy escribiendo, pero en realidad estoy pulsando teclas. Pasando a limpio lo que hace unos días empezó como carteo [ combinación de tacto y sonido que produce una hoja de papel cuando se agita manualmente]...una suerte de arpegio a la manera que las aves despliegan las alas, y las prueban antes de iniciar el vuelo. (Pudiera ser que no sepa escribir si no de oído)

En cierto modo, este blog es heredero de aquellos viejos escritos de puño y letra. No todos fraguan… pero los he ido guardando como se guarda un amuleto. Nunca me dio por escribir un diario al uso. Lo más parecido es la correspondencia amorosa entre mi marido y yo, durante los treces meses que estuvimos separados cuando hizo la mili. Dicho así, lo de correspondencia amorosa, suena ridículo. Seguramente porque es ridículo. Pero como dijo Pessoa No serían cartas de amor si no fuesen ridículas.

Es curioso, encontrar esas cartas que durante tantos años han estado guardadas bajo llave, me ha hecho pensar en las escasas huellas que deja el velocísimo correo electrónico, y en que una carta es capaz de atravesar los años con su aroma de sentimientos detenidos. Para muchos, forman parte de su educación sentimental. Ahora las palabras no conocen reposo, ni se ensimisman, ni se remansan: viven fuera de sí, exiliadas… se han convertido en palabras eléctricas. Es una pena porque la comunicación se vuelve fría e impersonal y pierde la calidez que proporciona el trazo sobre el papel.

No es que añore aquellas cartas, ni el sabor amargo de los sellos ensalivados de nostalgia… pero a veces echo en falta el encanto de las cartas manuscritas, en las que caben todos los sentimientos, por contradictorios que parezcan.

"Cuando las cartas eran manuscritas, lo que leías en ellas resultaba más fiable. Tener el trazo dibujado por la mano de otra persona, con su firmeza o sus temblores, era como tener un signo adicional, algo que a lo mejor no descifrabas conscientemente, pero que de forma inconsciente te permitía intuir la verdad o la mentira de lo que te escribían. Pero ahora, con los textos electrónicos, que no te consta cuantas veces han sido reescritos, que siempre son rectilíneos e impecables, quién sabe cuándo le mienten y cuando le abren el corazón" ( “ La reina sin espejo” de Lorenzo Silva)

Pero no desesperemos, también en el presente hay poesía: el riachuelo escrupuloso de lo efímero, el vaho de cada día en la ventana.



domingo, 15 de agosto de 2010

“Sin embargo algunos se salvaron y trajeron la noticia
de que el mundo, el gran mundo está creciendo todos los días
entre el fuego y el amor.”
(Carlos Drummond de Andrade)



"Horizonte rojo"
Peter Wileman




Se incendia el horizonte
en las afueras,
como serpiente camuflada
al borde de una tapia
crepita la tarde, roja,
mordida de muerte.

Como lengua de fuego
lame el óxido las campanas,
ventean ya los perros
el aliento descarnado
de las cenizas.