miércoles, 25 de marzo de 2009

A través del enlace a la página oficial de JUAN CARLOS MESTRE, podéis disfrutar de éste y algunos otros poemas revividos en su propia voz de gran poeta.
En un día como hoy lo siento especialmente; como si la antífona de otoño resonara abriendome la piel, desnudando el brote de una primavera más...




LA NOSTALGIA ES UN PÁJARO QUE ENCIENDE SU RUMOR EN LA NOCHE

En una ciudad de provincia. En una ciudad con tiendas de ultramarinos y ángeles que cruzan el cielo en bicicleta.
Es una tarde de domingo, a eso de la tibia luz del anochecer cuando aún no han dado las ocho.
Bajo la dulce curva de los soportales las muchachas como yedras fragantes ensueñan el
melado torso de los jóvenes.

Mi memoria advierte esa dicha, el celeste vapor que los labios exhalan entre palabras
secretas. Lo que recuerdo es hermoso, como el aceite que resbala de una tea encendida y fulgente se esparce sobre los cuerpos desnudos, sobre el súbito mármol de los amantes dormidos.

Lo que borda la ternura sobre los valles del Bierzo, lo que lentamente abolido aún palpita como un rubí en el melodioso pico de los pájaros. Así os he sentido, libres y gozosos días donde viví cansado por la luz, radiante, estremecido, hijo de la tristeza y los relámpagos.

En una ciudad de provincia. En una ciudad con escaparates y jardines y trenes silenciosos.
En una oscuridad amenazada por el muro cinerario de la aurora.

El otoño era bello, nuestros pensamientos tenían la sonrisa del niño que se baña en el río. Como nacidos del puente o de la torre, como la piedra, despacio, el deseo de la aventura fue huyendo de nosotros, como la albahaca de los oteros de junio, como el jaspe que lanzado por la honda silba brillante hacia los cielos.

Llueve, esa gente que soy y que conozco ha salido a la calle, al céfiro suave de los dialectos del monte.
La noche ha puesto lámparas apagadas en los nidos vacíos, solitarios pastores en las tristes cañadas del otoño.


Ya lo sabéis, como esa postal borrada por el sol que guarda en su zurrón un cartero celoso.



martes, 24 de marzo de 2009


«Ser es ser percibido» (George Berkeley)




"Cesta con naranjas"
Técnica:Óleo
Autor: DÁRGUEZ





Mi abuelo eligió una naranja del cesto, jugueteó unos instantes con ella, la sopesó en el manojo agrietado de sus dedos apretándola contra la palma de la mano y me la ofreció.
Toma, está dulce.
Se quedó observándome a través de los cristales nebulosos de sus gafas de carey. Estaba callado, repiqueteando con los dedos sobre la tabla de la mesa.
Y bueno, “mariantonia” ¿Qué tal en la escuela?...
Yo sabía la importancia que le daba mi abuelo a estudiar para ser alguien de provecho en la vida y también que nunca trataba a nadie de usted, pero pronunciaba los nombres de pila con tanta solemnidad que hacía que uno se sintiera importante.
Bien, bien, ya nos van a dar las notas. Creo que tengo todos diezes, menos un siete en mates.
Ya, ya, lo que yo digo es que si aprendéis, si…

Asentí con la cabeza, esperando que me planteara uno de los acertijos con los que me retaba por la cuenta de la vieja sobre “cuántos picos y patas hay si…”. Pero no, esta vez no se trataba de una regla de tres.
Con gesto pausado, saco la navaja pequeña que siempre llevaba en el bolsillo, cogió la naranja, rebanó los dos polos de la fruta y le hizo unos cortes a lo largo de su piel fina y lustrosa.

Toma, así se monda mejor, cómetela.

Tenía una voz grave y un deje crónico, como un hervidero en los bronquios que resonaba como el motor de un pegaso en ralentí; sobre todo, cuando se reía y le daba la tos.

¿Y a ti qué te parece, el sabor de la naranja estará en la naranja?

La naranja era de buen tamaño. Con la habilidad de mis manos infantiles, había conseguido, a duras penas, separar los gajos sin que se rompieran todos. Los hilillos de zumo se deslizaban entre los dedos camino de las muñecas. Pero no la había probado, estaba ocupada limpiando el jugo antes de que se colara por la manga del jersey. Si había algo que me resultara tan molesto como llevar verdugo o leotardos, era pringarme hasta los codos. Respondí que sí, que creía que sí. Y lo confirmé de nuevo, con la boca llena. Esa dulzura que se me escurría por la barbilla era de naranja.

¿A lo mejor, esta naranja, está tomando este gusto a naranja todo el día?

La pregunta, me pareció tentadora y me lancé con un argumento más que convincente

¡Pero abuelo!... Mira,tú no te pongas nervioso que te vas a confundir, yo te lo explico. ¡ Las naranjas, saben a naranjas desde que “nacendepequeñas”!..¡Porque sí!... si no, no son naranjas…son peras o… o...
Contuvo la risa hasta que se me agotó la enumeración de frutas conocidas y terminé con los brazos en jarra rubricando la retahíla. Sentía calor en las mejillas, creo que me puse colorada, pero estaba satisfecha de haber reconducido la idea, antes de quedarme sin aire…y porque mi abuelo, puso cara de haber descubierto la pólvora con mis sesudas explicaciones.

Di cuenta del resto de la naranja y le acompañé a cambiar en el quiosco las novelas de “gabriel-lafuentes-tefanía”, como cada sábado. Me compró pipas.
De regreso a casa, sentada en sus rodillas, me indicó con el dedo el cesto de las naranjas.

¿Y tú crees que el color de la naranja, está en la naranja?

Le dije que sí. Sonrió con una expresión pícara y misteriosa.
Bueno, bueno… pero…¿Y si te pongo unas gafas negras o apago la luz ¿Dónde está el color de la naranja?

Tuve que admitir cuando me destapé los ojos que, a lo mejor, el color de la naranja no estaba en la naranja. De lo que estaba segura era que en mi caja de lápices Alpino, la pintura naranja, estaba entre el rojo y el amarillo… y que si quería, le enseñaba un truco por si se nos perdía el color naranja.
Luego, me invitó a coger otra naranja en la palma de la mano y que la pesara.

¿Notas que el peso está en la naranja? ¿La naranja misma sentirá su peso?

Al final, que la naranja fuera la naranja necesitaba de una serie de adjetivos, de hechos que dependían de mis ojos, de mis manos, de mi paladar, de mi nariz, de mi boca, de mi oído también (porque dejó caer la naranja en el suelo) y luego me dijo:
¿Te parece que la naranja es algo más que estas cosas?
Sí... la naranja, es la naranja. (Yo en mis trece).

Muy bien, pero trata de imaginártela sin su aroma, sin forma, sin ese color que varía entre el rojo y el amarillo, sin gusto, sin peso…
¡Joooo, abuelo, ese sí que es un acertijo bien difícil!...

Lo curioso es que mi abuelo, en su vida oyó hablar de Berkeley, apenas sabía leer y escribir… pero en su manera intuitiva de entender el mundo me enseñó; entre otras muchas cosas, que los ojos miran, pocos observan y muy pocos ven.


domingo, 15 de marzo de 2009



No vine a ser poeta sino a mal decir
palabras que a oscuras escuchaba
proyectadas en el fuego.

No vine a ser poeta, es inútil mi voz
si alimenta la noche que huele a derrota,
a rosario de segundos entre los dedos
esperando restar penas que medran
en un sillón de frío florecido.

Pero es marzo y marzo es mi edad,
brotan allozos al sol que desnuda
el horizonte suave
y miro hacia allá, hacia donde las horas
cuajan y se espesan reverdecidas:
aguardo la estación benigna.

En tanto llega, cubriré los campos de Arlés
con lirios del silencio


y la brisa traerá ese tiempo lejos
pero cerca de mí y de esta verdad
que acaso llevo,entre dos alas.

domingo, 8 de marzo de 2009

Variaciones sobre la palabra "desaliento"

No dice la palabra lo que palpa a tientas,
soledumbre, flotando en las aguas.
No menciona que eslabón encadena
el lento naufragio del deseo
o la insistente maldad de escribir.

Nada anuncia lo que desoye un cuerpo
en medio de una curva mal cerrada,
qué se lo lleva por los aires y lo lanza
al abismo como un canto rodado.

Como no insinúa lo que con sibilino gesto
se vierte en un cáliz de falsos corales,
ni tras de qué máscara la mirada espía el cansancio
que acompaña un tiempo que no se escucha.

Tal vez, como siempre, hable al vacío
se asome al brocal de un pozo
en el que nadie se atreve a mirarse
y precipite el eco, no la consecuencia.
Al fin, no es el poeta quien habla, sino quien escucha
errado…
escucha no la voz de una garganta voraz sino el susurro,
no el ascenso sino la caída.
Escucha, antes que cualquier cuerpo sonoro
el alma.
Y acaso se diga a si mismo
que más doy,
acabo de regresar de un lugar,
al que ya no se volver.



Contemplas Atardecer en el Lago Inley .
Técnica: Óleo
Autor: JOSÉ LUIS FUENTETAJA

miércoles, 4 de marzo de 2009






Yo tenía un corazón,
una costra de palabras
y la rutina precisa de su aseo.
Tenía la suavidad de su tacto acicalado
y…una mirada viva
y la sonrisa más abierta e inocente.

También tuve un amor,
de los de ni mediar palabra que un día
tomó la ruta de los pájaros…

Y un jardín donde cada mañana
anidaba el rocío y…
Tuve un árbol también,
bajo cuyas ramas buscaba
su fresquísima sombra.

Y una isla, sí… sí… a salvo
de la mala tristeza
cayendo oblicuo su horizonte de luz,
callando.

Y alguna tarde de lluvia
igual que raspadura de limón,
con su tacto grumoso
y su perfume de amor reciente.

Ahora no sé si tengo algo
no lo sé…

¡Y esa luz que no llega!