miércoles, 4 de marzo de 2009






Yo tenía un corazón,
una costra de palabras
y la rutina precisa de su aseo.
Tenía la suavidad de su tacto acicalado
y…una mirada viva
y la sonrisa más abierta e inocente.

También tuve un amor,
de los de ni mediar palabra que un día
tomó la ruta de los pájaros…

Y un jardín donde cada mañana
anidaba el rocío y…
Tuve un árbol también,
bajo cuyas ramas buscaba
su fresquísima sombra.

Y una isla, sí… sí… a salvo
de la mala tristeza
cayendo oblicuo su horizonte de luz,
callando.

Y alguna tarde de lluvia
igual que raspadura de limón,
con su tacto grumoso
y su perfume de amor reciente.

Ahora no sé si tengo algo
no lo sé…

¡Y esa luz que no llega!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Nada se pierde aunque la oscuridad te impida distinguirlo. En cuanto algo o alguien pueda iluminar el corazón, vuelves a reconocerlas en toda su esencia. Otras veces basta con que un pequeño rayo de luz pase cerca, o que un reflejo con aire nocturno roce sin querer su superficie. y entonces ves reconoces sombras más o menos alargadas, algo irreales pero que demuestran que siguen ahí.
Es bonito leerte de nuevo. Como un rayo de luz iluminando por un instante la oscuridad de tu ventana.
Un abrazo,
Miguel Ángel.

Turulato dijo...

Tienes si. Corazón para sentir, palabras aseadas, el tacto suave de la pluma. Y la inocencia.

El amor no abandona el nido, bien lo se. Parece que aletea y se aleja.., pero no.
Ocurre que a veces muere y lo que se pierde en la distancia es un fantasma.
Pero hay ocasiones en que el amor renuncia y, aunque no esté, queda preso en el silencio.

Y sus espacios propios en el tiempo, donde nuestra existencia pare sueños, siguen estando ahí, donde siempre.

¿No te das cuenta?. Has alejado de ti a la Esperanza. Ese es el único cambio. Ábrele tu puerta y pierde el miedo..