lunes, 23 de febrero de 2009

De "Órganos dispersos" José Miguel Ullán




Los ojos hablan solos

:

nada

que no sea engaño

se redondea




"Las escaleras en arcos de fuego atravesando el azul"
JOAN MIRÓ
















¿Qué arderá en esa lumbre ?
Ensimismado contempla el fuego.

Acaso le entusiasman,un instante,
las centellas que ascienden a morir al hueco oscuro.

Acaso le sorprende con un ligero temor el tronco
que se troncha consumido y hace cambiar de tono
y de resplandor cimbreante esas llamas,
esos colores líquidos
que nunca se acostumbran.

Acaso escucha el crepitar de notas devoradas
mas no se fija en él,
su secreto arde fuera de los recintos.

También esta noche de azul intacto
de su hombro resbala una estrella deshojada,
un estallido de imanes extravía los ojos.



domingo, 15 de febrero de 2009

Puntadas sueltas...

... Al hilo de "CARTAS IMAGINARIAS"




Cuando yo estudiaba, conocí al Juan Ramón sensitivo de Platero y yo. El fragmento en el que describe a Platero me deslumbró; y sigue haciéndolo cada vez que lo releo. Cerrando los ojos, escuchando esa gradación se llega a reconocer, a ciegas, la imagen y el carácter del animal a través del tacto, de la cualidad táctil que esos adjetivos evocan.

Se me quedaron grabados algunos datos anecdóticos de su biografía: el libro de texto se refería a él como "el poeta en su torre de marfil" (una frase lapidaria que lo encasilla injustamente, entiendo yo), su particular empleo de la "j"… la muerte de su esposa Zenobia (entonces me pareció un nombre exótico, como muy indú para ser catalana) tres días después de concedérsele el Premio Nobel y una fotografía que se repite en todos los libros de texto. La misma foto que se menciona en el primer párrafo de la carta.


Reconozco que me tomé muchas licencias y no me refiero sólo a ese guiño de complicidad incluyendo una referencia a mi misma como destinataria de la carta. Me apetecía insinuar que eran ellos pero también cualquier pareja con 40 años de convivencia enamorada y unida…con todos los avatares, roces, encuentros y desencuentros de cualquier pareja humana, unas veces las jornadas plenas de consuelos y otras desconsoladas.

Pude haber elegido cualquier fotografía de las muchas en las que posan juntos, pero ese cuadro de Inmaculada Cuesta, en el que los personajes parecen cortados en vertical (la mitad derecha de Zenobia y la mitad izquierda de J. Ramón) me pareció pleno de complicidades y si tuviera que resumirlo en una sola frase, lo haría en palabras de Shelley "Amada, tú eres mi mejor yo" ( y viceversa).

Es curioso, en todas las fotos que pude ver en la página de la fundación J. Ramón Jiménez, incluso en las de los últimos tiempos en las que el aspecto de Zenobia revela los padecimientos de la enfermedad, cautiva por su sonrisa jovial y animosa. Juan Ramón era un ser especialmente complicado en la convivencia : hipersensible, depresivo y lleno de manías. Zenobia: diligente, práctica, animosa, amante, amada, protectora, secretaria, enfermera, colaboradora…La noche y el día, en una palabra.

"Te quiero entrañablemente, mi niño - le había escrito Zenobia en su noviazgo -, y pienso cuánto más aún te querré luego. Juanito mío, sé valiente y vamos a hacer los dos lo mejor para el porvenir".

"Ayer por la noche -
escribe Zenobia en su Diario del 16 de noviembre de 1937 -, J.R. y yo tuvimos una pelea. Comenzó con una de esas ideas absurdas, que fue la gota que derramó el vaso, así que me dio una de mis "grandes cóleras", llena de justa indignación, y le dije que me iba a Nueva York a visitar a mi familia indefinidamente. He descubierto que estos arrebatos acumulados lentamente son completamente inútiles en lo que a mis decisiones se refiere, porque le tengo demasiado cariño para llevar a cabo un solo plan, no importa lo decidida que esté"

21 de diciembre de 1938…"Las cosas entre J.R. y yo llegaron a su punto culminante. Yo me doy cuenta de que tengo un gran defecto al no poder tolerar acusaciones, pero mi indignación fácilmente provocada y probablemente injusta la mayor parte de las veces, me saca toda la que tengo normalmente reprimida por estar mortificada todo el tiempo.(…) Armé un infierno. Le dije que todos los hombres que él desprecia y critica, por lo menos se mantienen, y a su mujer y a sus hijos, y él, que no tiene que preocuparse por casa y comida, no puede resolver ni los problemas más pequeños y está desperdiciando su vida tirado en la cama o perdiendo el tiempo en los vestíbulos de los hoteles con un montón de gente poco interesante".

Cuatro días después Zenobia reconduce la situación: "Yo estaba muy preocupada por J.R., por sus largos silencios, su cara de pena y sus respuestas medio distraídas, pero esta tarde parecía más animado, más como él, y al regreso me habló mucho sobre Unamuno, sus fuerzas rudas, su absoluta falta de sentimiento por la belleza, su completa indiferencia a la música. También habló de lo difícil que se les hacía a los hombres de su generación aprender bien las lenguas; de la facilidad con que algunos valores menores aprovechaban las ventajas de la vida y de la total falta de adaptación de otros como Rilke, que casi se murió de hambre. Creo que después que exploté anteayer, él ha estado pensando en sí mismo. De todos modos, los dos hablamos mucho tiempo, disfrutando el uno del otro y escuchándonos el uno al otro. Me gustó tanto que se lo dije".

Estos fragmentos de su diario los he leído después de publicar la carta imaginaria. Nunca había leído nada suyo; y quizá por ello, el tono de mi Zenobia no le hace justicia a esa mujer con carácter, inteligente, activa, " agradable, fina y alegre…" creo que en algún párrafo de la carta se puede interpretar como una mujer sumisa y resignada; algo que realmente no la caracterizó.


Sin embargo, pese a ese desencuentro con su personalidad real, mi Zenobia escribe dos años antes de su muerte, los dos están gravemente enfermos, muy lejos el Juanito de las enternecedoras cartas del noviazgo, no se pregunta sobre la felicidad quizá porque sigue amando con la misma entrega, quizá porque esa piedad inmensa (mi niño, mi hijo) hasta en la despedida es su manera de protegerlo.



jueves, 12 de febrero de 2009























Apresura el paso
llega tarde a una cita
y el paraguas, tornadizo,
retrasa su vuelo.

Se apelmaza el humo en los tejados
desciende a tienta paredes
una niebla de cartón.

En un charco roto refleja su tristeza
escarchada de estaño sobre el asfalto
y trémula sombra ajena
vigila celosa los pasos solitarios,
el pulsar de zapatos húmedos en una acera vacía.

Parecen esperar un árbol y una farola
la luz que prenda sus alambres.

Como en un decorado de Arthur Miller
-en escena- el viajante que regresa
después de estar mucho tiempo muerto.

viernes, 6 de febrero de 2009

CARTAS IMAGINARIAS





Puerto Rico, 1954

[...]

Cuando pienso en Ramón, no se por qué siempre me lo imagino con el mismo gesto de esta foto: el semblante serio, la frente despejada, la boca fruncida, las mandíbulas un poco apretadas, y esa mirada como desnuda, hendida en mitad de unas renegridas ojeras que se dirige gravemente hacia adelante, sin solazarse demasiado pero dispuesta a todo. La edad nos acorta la vista, pero nos alarga la mirada y esa hondura con la que mira, aún mantiene la voluntad obstinada de quien no quiere mentirse.

Hablamos con muy poca gente, no crea. La verdad, por aquí no viene casi nadie. No porque no tengamos quien nos aprecie sino porque así son las cosas, todos hacemos nuestra vida y... a veces lo preferimos.

Usted sabe que Ramón es poco amigo de charlas. Algunos piensan que es orgulloso. Pero no, no es eso en absoluto. Es un genio.
Yo sé que sufre, lo que pasa es que él consideraría una cobardía refugiarse en la amistad, en la vida social, tal vez hasta en las confidencias. Creo que sólo yo entiendo eso, en parte al menos. Sí, eso creo, aunque podría equivocarme, claro. O a lo mejor siempre es una tontería creer que se conoce a alguien. Pero me imagino que así debe de ser siempre el amor, ¿no cree usted? Figurarse que es uno el único ser en el mundo que entiende a otro, que lo ve tal cual es… Y a lo mejor son los otros los que ven justo lo que... Pero no, no creo que sea así.

Vaya, ahora me pongo a hablar de amor, qué tontería. Me da cierto pudor. Nosotros nunca hablamos de eso; las palabras son tan... resbaladizas. Estoy casi segura de que él no se ha preguntado nunca si me quiere. Yo tampoco lo hago. Esas preguntas me parecen formuladas para que las responda un impostor y no demuestran nada.

Si alguien me dijera que Ramón y yo no nos queremos, creo que no me molestaría, podría reconocer que tal vez es verdad. Pero lo que me importa no es que esto sea o no querer, que tenga ese nombre o cualquier otro, ni que se parezca o no a lo que les pasa a otros. Lo que me importa es que sea lo que es, y saber que es real con toda certeza. No sé si esto es amor u otra cosa, pero sé que es lo más fuerte, lo más... importante que hay para mí en el mundo, y con eso me basta. Creo que también él lo sabe.


Lo que somos el uno para el otro no lo sabría explicar. En realidad sufrimos a ratos de una gran soledad, incluso estando juntos. Y lo vamos asumiendo sin miedo ni vergüenza. No sé si les pasará lo mismo a otras personas; sé que hay quien trata de ocultarlo, que porque dos personas hagan el amor suponemos que no deberían sentirse solas. No tuvimos hijos. Pero nosotros no queremos mentirnos por eso sólo.

A veces nos miramos a los ojos largo rato, con unas ganas enormes de que pudiera expresarse nuestra soledad, de que pudiéramos entender con toda claridad lo que las miradas del otro intentan vanamente decirnos.

Tal vez el amor no es más que eso: estar junto a esa persona, esperando en vano que la niebla se desvanezca, que nos deje respirarlo como él mismo se respira. Muchas veces he sentido eso junto a Ramón. Cuántas noches, acostados, a oscuras con los ojos abiertos nos quedamos callados, invadidos de un sentimiento que no tiene nombre.

A veces le oigo suspirar, y sé que el sufrimiento que hay en él no podrá expresarse nunca, porque es como una especie de silencio, como una cosa ahogada. Y comprendo que él lucha por nombrarlo, por darle una forma que pueda revelarme.

Siento entonces una piedad tan grande, que me parece que toda mi vida se detiene y cesa por completo, como en una especie de asombro infinito que al mismo tiempo no es más que vacío y no es más que esperar.

Es como una piedad inmensa y callada de él, de mí, de todo... No porque él suspire, ni siquiera porque sufra, sino porque es él, porque es un hombre, porque está vivo y tendrá que morir y porque no sabrá nunca… Y siento ganas de llorar por eso: por la vida entera, incluso por su belleza, por nosotros dos que nos abrazamos como niños amenazados, en medio de la vida, apretándonos fuerte y sin poder decirnos palabras.

Él lo sabe, sabe con qué intensidad casi insoportable yo amo su secreto, eso inasible que para mí será siempre el fondo de su alma, eso que en el fondo, fondo, en realidad no tiene nombre.

Verdaderamente es absurdo que le escriba a usted estas cosas, Marian. Que él sufre, que yo sufro, que es atroz tener que morir y espantosa la renuncia, no poder salir nunca del todo de esta soledad... todo el mundo sabe eso. ¿Qué me va a contar a mí?, dirá usted. Es cierto, y por eso no vale la pena quejarse. Pero cuando un ser que está entre nuestros brazos nos mira implorante y mudo, como un animalillo indefenso queriendo salvarse, queriendo... no podemos evitar que lo que le pasa a ese ser, su miedo y su silencio, nos parezca una injusticia terrible y única.

Lo más profundo de nuestro amor, si es que esto es amor, no está en las esperanzas ni en las ilusiones, como algunas personas dicen de ellas mismas, sino en esa piedad más grande que la vida que nos tenemos; así me imagino que pueden quererse un hombre y una mujer condenados a muerte. Por eso usted comprenderá que si me preguntaran, yo no sabría decir si somos o no felices. ¿Le parece a usted que esa pregunta podría tener algún sentido?
[...]

Afectuosamente,

Zenobia



domingo, 1 de febrero de 2009


"Buttermere Lake with Part of Cromackwater Cumberland, A Shower" (1798)
Óleo sobre lienzo. Tate Gallery
Autor:
Joseph Mallord William Turner



PREGNANCIA


En algún punto está lloviendo.

Cuán lenta me hacen las lluvias
sus tambores acunan la noche
y la lectura corre a su lado
por los canales del sueño.
Flota en el aire ese ambiente
de fabricación silenciosa
y apenas sin darme cuenta
salen las palabras a recorrerlo,
gesticulan por los cielos
e inhalan la ensoñación pneumática
que ahueca la cúpula.

En algún punto se abre una boca.

Acaso finja, como yo, la delicuescencia
de una plata viva que inflama el aire
antes de desaparecer instante añil de la fascinación.

Y sin embargo, todo está allí
moviéndose o estático,
sin conexión, escaso de realidad
confuso, como mi vida de geometrías borrosas
se enrosca en las pinceladas, lubrica de grasa el bastidor
aspirando a penetrar el horizonte
con la facilidad del respirar.

En algún sitio se oye
el derrumbe incesante de un trueno.

Me pregunto si alcanzará el cintilar de cristales rotos,
si esos hilos húmedos, delgadísimos, reflejados en el agua
entretejen una luz más poderosa que la fatiga.

Se oye el trueno. Se oye tronar
sin relámpago.