domingo, 3 de enero de 2010

Érase que se era...

Una peculiar pareja:

Ella, una espléndida vaca, robusta, de gigantescas ubres y poderosos cuartos traseros. Tenía unos ojazos celestes que cautivaban por su mirar manso y; pese a su enormidad, poseía andares muy coquetos.




Él, un burro noble, con indicios de tozudo, un aspecto tan escuchimizado que no pasaba día en que no pidiera perdón por estar vivo, y acaso le sucedía por ser demasiado humano.



Llevaban una vida bucólica. Vivían en un pastizal y pernoctaban en un establo. Como vaca que era, no podía coger el bolso y salir a comprar pan y verdura al pueblo para no llamar mucho la atención. Permanecían retozando y pastando en la ladera de aquella montaña. Él la acompañaba con su trotecillo desigual y de cuando en cuando zampaba algo de pasto junto a ella, pero en menor cantidad porque tenía el colon irritable. Eso decían. Lo que no significa que sea verdad. O mentira.

Precisaré algunas cosas. La vaca, que llegó a aquel lugar huyendo de un toro que no le daba tregua, tuvo serias dudas —al principio— de involucrarse con nuestro burro: éste la mimaba restregándole los lomos con ahínco, mirándola enloquecido casi, musitándole caballerosos rebuznos... pero terminó por ganarse su corazón.Para el burro, la sola presencia de la vaca le hacía olvidar su soledad y aquel eterno peregrinaje que había sido su existencia sin moverse del mismo sitio, uncido a la noria de un molino.

Pensándolo bien, cualquiera podría enamorarse de una vaca de ojazos celestes, por muy burro que sea. Cierto que le faltaba saber escribir, no ir dejando boñigas por cualquier sitio, no espantar moscas con las orejas o regoldar en público... es decir, no ser tan estereotipadamente vaca, para cumplir con los requisitos que exige la dialéctica del amor humano. Pero no viene a cuento ahondar en estas cuestiones,ahora.
Pese a estos condicionantes, ella contaba con un don: pensaba y hablaba lo justo. Como los pensamientos no dejan de ser volutas de misterio, no podría decirles qué pensaba realmente la vaca.

Dicen las gentes que tenía una voz clara y que al regurgitar cada palabra no sacaba la lengua. Hablaba, en efecto, apretando dulcemente el morro. Urge decir, en honor a la verdad, que lo hacía como riendo, y sólo Dios sabe cuán hermosas se ven las felices bestias, mientras parlotean con una plácida sonrisa en la comisura de los labios.

Pero aquellas cualidades de la vaca tampoco eran todas, falta indicar quizá la más sorprendente: sabía leer. Así, como se lo estoy contando. Mientras el burro, a fuerza de observarla, había aprendido a repetir las vocales. Gracias a ella, hasta logró rebuznar tímidamente en inglés my dear friend, querido amigo y alguna que otra palabra suelta. Cualquiera no aprende tantas cosas porque sí (me da a mí, que la motivación estaba clara). Estaban hechos el uno para la otra… aunque al principio pareciera una relación contra natura. Lo que no significa que sea verdad. O mentira.

Desconozco quién suministraba libros y revistas a la vaca. Pero es un hecho que de inmediato cesaba de rumiar e iba a tumbarse bajo la sombra de los árboles, cruzada de patas (¿o debería decir piernas?) y poníase a hojear el material o a leer el texto. El burro, la escuchaba como un devoto, con la mirada puesta en los morros de su amada Antía que así se llamaba aquella hermosura de vaca.
Cuando la vaca hablaba, a él le temblaban las orejas de emoción.

—Te diré una cosa, Eulalio: un amor no correspondido es una desgracia. ¿Tú qué opinas?

Eulalio, que así se llamaba el enamorado burro, arrebolado la miraba y la miraba sin atreverse a decir ni mu... pues dicho mu, en boca de burro y sin que hubiera ensayado más que a escondidas, hubiera sonado como contradictorio (creo yo).


Pronto se hizo de dominio público la historia sobre una vaca espléndida que daba quince litros de leche al día, tenía los ojazos celestes, un inenarrable trasero, varias arrobas de peso y que, por supuesto, hablaba y leía a la manera del más reputado orador. Del burro, poco se dijo (Corrijo: un colectivo de burros hizo circular algún que otro rumor maledicente; pura envidia. Y la federación de sementales vacunos, inició una huelga de miembros caídos ¿Dónde se había visto, semejante extravagancia?)... Pero a Eulalio y Antía, este revuelo no les afectó para nada. Eran felices y no hay nada más que explicar.

Cierto día, se presentó en el pastizal una reata de burros,entre curiosos y concupiscentes perdidos.... los muy burros, quienes trataron de enamorarla torpemente. En todas partes abundan los insensatos que creen que para seducir les sobra con el lenguaje de los músculos, o de un "músculo" en particular. Antía los ignoró y pizpireta fue a tumbarse en el jugoso prado y así permaneció un tiempo absorta en sus pensamientos o elaborando un poema como una plasta, vaya usted a saber…
Lo cierto es que estaba sumida en sus meditaciones cuando de improviso se le acercó peligrosamente el corpulento toro del que había huido hacía ya algún tiempo. Cabeceaba enrabietado, inflando las condecoraciones albas de su pecho, piafando de un modo amedrantador.
Rodeó a Antía pero no logró acoquinarla, ésta con un habilidoso movimiento puso en pie sus 50 arrobas, se arrellenó las ubres desfiante y enfrentó sus cuernos de mentirijillas a los afilados cuernos del toro, sin perder la compostura.

Pero cuentan que fue Eulalio quien, probando la suerte de Don Tancredo, inmóvil de orejas a rabo (enhiestos ambos dos: orejas y rabo en pose de figurín) hizo huir desconcertado al berraco, rompiendo a hablar en una mezcla de correcto español e inglés rebuznado fino fino; eso sí, la frase le salió de lo más rara pero con una autoridad pasmosa...

Te diré una cosa, Antía: I think que puede ser verdad... o nooouu, my daaaarling?.

Cuando me contaron esta historia, me pareció increíblemente cierta. Sospecho que la vaca tenía ascendencia irlandesa y que algún ancestro del burro era gallego, por más señas. A la postre, abandoné esa linea de investigación porque no deja de ser una trangallada como dicen en mi tierra, que al final ni quita ni pone al cuento. La ubicación del tiempo no viene al caso, pero supongo que sucedió hace ya una montonera de años...Por lo mismo, ruego se hagan cargo los lectores, que si este cuento adolece de moraleja es porque no hubo manera humana de encontrársela (por más que rebusqué). Lo que no significa que sea verdad. O mentira.

3 comentarios:

marian dijo...

Los que soléis visitar esta vuestra casa, os habréis dado cuenta que últimamente, estoy tirando la casa por la ventana, que me ha dado por fabular, falar, hablar…No es algo que se me dé muy bien; pero la necesidad de contar también resulta del deseo de hacerlo, de divertirme a mi misma y divertir a los demás a través de la invención, como es el caso de la casi-fábula de hoy o en el caso los relatos últimos, la añoranza … palabras que me rebosan y se desparraman fuera de mí ,como a ti te rebosa el aguante, a aquel otro la cordialidad y al de más allá la sinrazón. Texturas de vainica doble, repasadas con puntadas lentas, buscando entre los retales íntimos de infancia el que más conviene a los sueños. Los tuyos y los míos. Porque mi corazón y mi inteligencia es del mismo mundo, del mismo barrio que el tuyo.
Y en mi barrio y en el tuyo, mañana es Noche de Reyes y prorrogando los márgenes de mi carta, les he pedido nuevas y viejas esperanzas para todos, porque las inclemencias pasan, porque cuenta tanto lo vivido como lo por vivir.
Un abrazo
Marian

Turulato dijo...

¡Fantástico, fantástico!. Destila ternura e ironía.
Por si no lo conoces..

Anónimo dijo...

Hola Marian :)
Pues relatas muy bien, deberías seguir haciéndolo. Si seré burro que me olvidé de pedir a los Reyes esperanza. O quizás es mentira y en mi interior lo deseé.

Fdo.: Miguel Ángel
m1gue14nge1@yahoo.es