Mi abuelo eligió una naranja del cesto, jugueteó unos instantes con ella, la sopesó en el manojo agrietado de sus dedos apretándola contra la palma de la mano y me la ofreció.
Toma, está dulce.
Se quedó observándome a través de los cristales nebulosos de sus gafas de carey. Estaba callado, repiqueteando con los dedos sobre la tabla de la mesa.
Y bueno, “mariantonia” ¿Qué tal en la escuela?...
Yo sabía la importancia que le daba mi abuelo a estudiar para ser alguien de provecho en la vida y también que nunca trataba a nadie de usted, pero pronunciaba los nombres de pila con tanta solemnidad que hacía que uno se sintiera importante.
Bien, bien, ya nos van a dar las notas. Creo que tengo todos diezes, menos un siete en mates.
Ya, ya, lo que yo digo es que si aprendéis, si…
Asentí con la cabeza, esperando que me planteara uno de los acertijos con los que me retaba por la cuenta de la vieja sobre “cuántos picos y patas hay si…”. Pero no, esta vez no se trataba de una regla de tres.
Con gesto pausado, saco la navaja pequeña que siempre llevaba en el bolsillo, cogió la naranja, rebanó los dos polos de la fruta y le hizo unos cortes a lo largo de su piel fina y lustrosa.
Toma, así se monda mejor, cómetela.
Tenía una voz grave y un deje crónico, como un hervidero en los bronquios que resonaba como el motor de un pegaso en ralentí; sobre todo, cuando se reía y le daba la tos.
¿Y a ti qué te parece, el sabor de la naranja estará en la naranja?
La naranja era de buen tamaño. Con la habilidad de mis manos infantiles, había conseguido, a duras penas, separar los gajos sin que se rompieran todos. Los hilillos de zumo se deslizaban entre los dedos camino de las muñecas. Pero no la había probado, estaba ocupada limpiando el jugo antes de que se colara por la manga del jersey. Si había algo que me resultara tan molesto como llevar verdugo o leotardos, era pringarme hasta los codos. Respondí que sí, que creía que sí. Y lo confirmé de nuevo, con la boca llena. Esa dulzura que se me escurría por la barbilla era de naranja.
¿A lo mejor, esta naranja, está tomando este gusto a naranja todo el día?
La pregunta, me pareció tentadora y me lancé con un argumento más que convincente
¡Pero abuelo!... Mira,tú no te pongas nervioso que te vas a confundir, yo te lo explico. ¡ Las naranjas, saben a naranjas desde que “nacendepequeñas”!..¡Porque sí!... si no, no son naranjas…son peras o… o...
Contuvo la risa hasta que se me agotó la enumeración de frutas conocidas y terminé con los brazos en jarra rubricando la retahíla. Sentía calor en las mejillas, creo que me puse colorada, pero estaba satisfecha de haber reconducido la idea, antes de quedarme sin aire…y porque mi abuelo, puso cara de haber descubierto la pólvora con mis sesudas explicaciones.
Di cuenta del resto de la naranja y le acompañé a cambiar en el quiosco las novelas de “gabriel-lafuentes-tefanía”, como cada sábado. Me compró pipas.
De regreso a casa, sentada en sus rodillas, me indicó con el dedo el cesto de las naranjas.
¿Y tú crees que el color de la naranja, está en la naranja?
Le dije que sí. Sonrió con una expresión pícara y misteriosa.
Bueno, bueno… pero…¿Y si te pongo unas gafas negras o apago la luz ¿Dónde está el color de la naranja?
Tuve que admitir cuando me destapé los ojos que, a lo mejor, el color de la naranja no estaba en la naranja. De lo que estaba segura era que en mi caja de lápices Alpino, la pintura naranja, estaba entre el rojo y el amarillo… y que si quería, le enseñaba un truco por si se nos perdía el color naranja.
Luego, me invitó a coger otra naranja en la palma de la mano y que la pesara.
¿Notas que el peso está en la naranja? ¿La naranja misma sentirá su peso?
Al final, que la naranja fuera la naranja necesitaba de una serie de adjetivos, de hechos que dependían de mis ojos, de mis manos, de mi paladar, de mi nariz, de mi boca, de mi oído también (porque dejó caer la naranja en el suelo) y luego me dijo:
¿Te parece que la naranja es algo más que estas cosas?
Sí... la naranja, es la naranja. (Yo en mis trece).
Muy bien, pero trata de imaginártela sin su aroma, sin forma, sin ese color que varía entre el rojo y el amarillo, sin gusto, sin peso…
¡Joooo, abuelo, ese sí que es un acertijo bien difícil!...
Ya, ya, lo que yo digo es que si aprendéis, si…
Asentí con la cabeza, esperando que me planteara uno de los acertijos con los que me retaba por la cuenta de la vieja sobre “cuántos picos y patas hay si…”. Pero no, esta vez no se trataba de una regla de tres.
Con gesto pausado, saco la navaja pequeña que siempre llevaba en el bolsillo, cogió la naranja, rebanó los dos polos de la fruta y le hizo unos cortes a lo largo de su piel fina y lustrosa.
Toma, así se monda mejor, cómetela.
Tenía una voz grave y un deje crónico, como un hervidero en los bronquios que resonaba como el motor de un pegaso en ralentí; sobre todo, cuando se reía y le daba la tos.
¿Y a ti qué te parece, el sabor de la naranja estará en la naranja?
La naranja era de buen tamaño. Con la habilidad de mis manos infantiles, había conseguido, a duras penas, separar los gajos sin que se rompieran todos. Los hilillos de zumo se deslizaban entre los dedos camino de las muñecas. Pero no la había probado, estaba ocupada limpiando el jugo antes de que se colara por la manga del jersey. Si había algo que me resultara tan molesto como llevar verdugo o leotardos, era pringarme hasta los codos. Respondí que sí, que creía que sí. Y lo confirmé de nuevo, con la boca llena. Esa dulzura que se me escurría por la barbilla era de naranja.
¿A lo mejor, esta naranja, está tomando este gusto a naranja todo el día?
La pregunta, me pareció tentadora y me lancé con un argumento más que convincente
¡Pero abuelo!... Mira,tú no te pongas nervioso que te vas a confundir, yo te lo explico. ¡ Las naranjas, saben a naranjas desde que “nacendepequeñas”!..¡Porque sí!... si no, no son naranjas…son peras o… o...
Contuvo la risa hasta que se me agotó la enumeración de frutas conocidas y terminé con los brazos en jarra rubricando la retahíla. Sentía calor en las mejillas, creo que me puse colorada, pero estaba satisfecha de haber reconducido la idea, antes de quedarme sin aire…y porque mi abuelo, puso cara de haber descubierto la pólvora con mis sesudas explicaciones.
Di cuenta del resto de la naranja y le acompañé a cambiar en el quiosco las novelas de “gabriel-lafuentes-tefanía”, como cada sábado. Me compró pipas.
De regreso a casa, sentada en sus rodillas, me indicó con el dedo el cesto de las naranjas.
¿Y tú crees que el color de la naranja, está en la naranja?
Le dije que sí. Sonrió con una expresión pícara y misteriosa.
Bueno, bueno… pero…¿Y si te pongo unas gafas negras o apago la luz ¿Dónde está el color de la naranja?
Tuve que admitir cuando me destapé los ojos que, a lo mejor, el color de la naranja no estaba en la naranja. De lo que estaba segura era que en mi caja de lápices Alpino, la pintura naranja, estaba entre el rojo y el amarillo… y que si quería, le enseñaba un truco por si se nos perdía el color naranja.
Luego, me invitó a coger otra naranja en la palma de la mano y que la pesara.
¿Notas que el peso está en la naranja? ¿La naranja misma sentirá su peso?
Al final, que la naranja fuera la naranja necesitaba de una serie de adjetivos, de hechos que dependían de mis ojos, de mis manos, de mi paladar, de mi nariz, de mi boca, de mi oído también (porque dejó caer la naranja en el suelo) y luego me dijo:
¿Te parece que la naranja es algo más que estas cosas?
Sí... la naranja, es la naranja. (Yo en mis trece).
Muy bien, pero trata de imaginártela sin su aroma, sin forma, sin ese color que varía entre el rojo y el amarillo, sin gusto, sin peso…
¡Joooo, abuelo, ese sí que es un acertijo bien difícil!...
Lo curioso es que mi abuelo, en su vida oyó hablar de Berkeley, apenas sabía leer y escribir… pero en su manera intuitiva de entender el mundo me enseñó; entre otras muchas cosas, que los ojos miran, pocos observan y muy pocos ven.
4 comentarios:
A lo largo de la historia de la humanidad existieron y existen personas especiales que por no tener títulos universitarios e incluso por no saber leer ni escribir, en un primer momento se les pueda catalogar como “incultos” y sin embargo tienen unos conocimientos extraordinarios que fueron adquiriendo por saber observar y por razonar sobre lo que observaron llegando así a conclusiones a las que muchas veces no logran llegar los que de una forma u otra consiguieron un título académico.
Tuviste mucha suerte de tener un abuelo como el que tuviste pero también la tienes porque tú posees unos ojos que no sólo miran, si no que observan y sobre todo “ven”.
Me encantó que compartieras con nosotros este retazo de tu vida y en el fondo te tengo un poco de envidia porque tuviste un abuelo que no sólo te quiso, si no que te enseñó algo muy importante: “que los ojos miran, pocos observan y muy pocos ven”. Mis abuelos ni me miraron, así que imposible que me vieran.
Un abrazo
Creo que el abuelo consiguió comprender algo esencial: que no se trata tanto de saber como de pensar.
Pensar... Disculpa, pues mi ánimo está estos días sin él. Pensar..
Complejos, prejuicios, manías, frustraciones, miedos, ..; alimañas sueltas que galopan sin descanso entre el corazón y la mente de las personas, atentas a devorar cuanta idea intenta nacer y desarrollarse, ayudadas de zarpas y colmillos de los que pocas presas escapan.
Pequeñas e indefensas presas, que nadie conoce y que no buscan publicidad alguna, pues su mayoría de edad no está en una imagen ni en el misérrimo desahogo de un instante brutal, sino en la luz desnuda del pensamiento que nace a la vida.
Pensar.. Requiere enfrentarse a nuestra soledad, al miedo que sentimos ante lo desconocido, aceptar el riesgo del mañana, no dar por hecho cosa alguna, dudar y dudar de lo que creemos saber, ..
Pensar.. Lo que distingue al Hombre. Lo abstracto. Lo opuesto a la soberbia, tan pública, cuando el pensamiento nace en la intimidad.
Me falla la Esperanza..
Pues sí que era sabio tu abuelo.
A ti te enseño esto en su día y a mí me está haciendo pensar ahora y, tras un rato pensando he llegado a la conclusión que el sabor, el color, el peso...de la naranja y de nosotros mismos, está dentro, acaso en una cajita tan pequeña, que sólo saben abrirla, personas como tu abuelo.
Besos muchos
Mientras leía tu precioso texto, mi imaginación voló a ver la tierna escena entre abuelo y nieta.
Has tenido mucha suerte, yo apenas tuve relación con los míos :-(
Me encanta como escribes, ya lo sabes.
Un abrazo.
Publicar un comentario