miércoles, 1 de octubre de 2008

Para una musa de bella voz...que tiene por nombre "flor de azúcar"




Si es otoño, la piel advierte
una brisa azul índigo
que embalsama la tierra
con el aroma ácido y dulce
de las hojas húmedas.

No muy lejos de casa
descubrí un arriate,
al abrigo de una pared desencalada,
como baluarte en ruinas.
Entre la maleza yacen desvencijadas
algunas piedras grisáceas
parcheadas de esponjoso musgo
repartidas al azar, semiocultas,
en la maraña de broza y descuido.

Y sin embargo, ajenos a la desolación,
crecen dos rosales leñosos,
arracimadas sus rosas tardías
como encajes delicados
que llegando octubre buscarán el sol,
mordisqueadas de amarillo sus borduras
cuando el rocío afila los dientes.

Casi de puntillas sobre un altar mineral,
detenido en gris
no cesan de brotar nuevos capullos,
exhalan un hondo aroma intenso
a desafío.

Su breve terciopelo
desviste velos como láminas ardientes
de incandescente secreto,
salpicando notas vigorosas
como el sonido de campanas gruesas,
da capo de una sinfonía tenaz
el hálito envolvente de los solsticios.

Nacidas alijo de un sol debilitado,
sus pétalos abiertos, al mirarme indagadores
me hacen bajar los ojos…casi cerrarlos.

Pienso que para escucharlas mejor
cuando te pienso,
flor de azúcar que te nombra,
multiplicando la sensación de florecer
de hacer florecer lo que tocas
y seguir floreciendo…

Y te escucho
acompasar esa respiración
que apura el aire en un abrazo
de vocales que se abren volutas de viento
para que otros las respiren…

Y casi te respiro
bajo la piel de las palabras
que apenas son,
más que rasguños.





4 comentarios:

Anónimo dijo...

Una musa bella, maravillosa diría yo, es la que a ti te ocupa; seguro que huele a rosas tardías y es honda y dulce, como el ázucar de caña.

Precioso poema

Besos

Anónimo dijo...

En el otoño las rosas rojas son de primavera, porque son rojas y porque son rosas. Y aunque el otoño nos haga parecer algo marchitos, los paisajes debemos encontrar la valentía roja de las rosas, con el olor azul de las hojas húmedas.

Crecen esas dos rosas a pesar de la desolación, pues sus tallos se encorvan para encontrarse, aunque tengan que retorcerse en formas desmesuradas. Deben seguir asomando entre la maleza y sus capullos alzarse vigorosos para que el dorado brille, para que el calor alcance.

Por eso, con su dolor como una lanza, van conformando un escondido rincón, donde no hay tiempo para la nostalgia. Solo una confianza profunda va a ser capaz de salvarlas. Y en el aire descubren el aliento que es de savia y la esperanza inconfundible de las voluntades verdes.

Buscan el impulso en las profundidades de acuíferos que se escondían bajo la piel terrosa y encuentran que en un manto las cobija. Allá en lo alto se extiende. Y cuando se apoyan por fin, alzan los ojos a esas otras rosas, amarillas, que estaban siempre allí, y que pintan con colores su paisaje.

KaliaLunes, 6 Octubre 2008 17:09

Anónimo dijo...

Vivir, un desafío. Y estamos vivos cuando nuestro paso retumba en los demás, como campanazos en las calles hambrientas.
Para eso nacimos; para ser capaces de sentir lo que otros indagan en nosotros.
Esta tarde, tu palabra es sonido de campana que rasguña mi alma

TurulatoJueves, 2 Octubre 2008 18:27

Anónimo dijo...

Un cuadro bellísimo de fondo desdibujado en el que brotan esos rosales floridos que tú tan bien describes en el poema, no sólo lo que ves si no lo que sientes.
Es un conjunto bellísimo.
Un abrazo
LeodegundiaSábado, 27 Septiembre 2008 19:41