“Del acontecimiento más relevante de mi vida me he tragado, sin rechistar y casi supersticiosamente, un cuento que no me fue posible comprobar, a tiempo, a la luz de la experiencia del juicio propio.” (Chesterton)
De mi circunstancia fundacional, de mi nacimiento, puedo decir firmemente convencida que nací un 25 de Marzo de 1962 a las seis de la tarde, en Ponferrada. Nací, como era costumbre, en casa. A los pocos días, me bautizaron en la Iglesia de S. Antonio.
Esto lo tengo muy claro: debí nacer como dije que lo hice y debí crecer como los míos dicen que crecí. Fantasear con el nacimiento una misma te deja una especie de zozobra existencial: crees que en todo se ajusta a lo que te han contado durante años y admites que nada de importancia te fue saboteado en ese relato, ningún episodio silenciado… aunque mi memoria es capaz de trenzar un atisbo de historia que discurre en paralelo...
Se sentaba en un banco, al final del paseo de la pérgola.
Aquel año, la Semana Santa había caído marceña. Un marzo suave que olía a obleas y a pulpo a feira después de las procesiones. Una primavera precoz que, a la entrada del Platío, iba encaramando a las estrecheces de los emparrados, una tímida fragancia a rosaleda incipiente.
Cuando se tienen cuatro o cinco años, el tamaño de las cosas nos parece desmesurado, hasta los picaportes nos hablan por encima del hombro y por mucho que abras los ojos, los laberintos del jardín son un gran bosque del que insospechadamente, puede salir apresurada la liebre loca o la parsimoniosa oruga bajándose de una seta.
Acomodaba el bastón y sacaba un reloj con cadena del bolsillo de su chaleco.
Esperaba paciente, con las manos cruzadas, a que la pérgola bostezara niñas.
Hermana mayor me llevaba de la mano. Puede que yo fuera la más pequeña del grupo. Recuerdo que no le hacía ninguna gracia tener que cargar conmigo porque cuando me rezagaba, me tiraba del brazo como quien arrastra un incómodo fardo.
Al salir del paseo de la pérgola, hermana mayor le preguntó la hora al hombre anciano que estaba sentado en el banco. Las seis-dijo- consultando su reloj de bolsillo. Tenía un vozarrón grave y un sombrero de fieltro gris con una cinta negra… pero no daba miedo… sonreía … me guiñó un ojo y me dio un mentolín. Hermana mayor me preguntó, haciéndose la adulta: ¿Cómo se le dice al señor?... Y automáticamente respondí : Gracias. El hombre del pelo banco, siguió rebuscando en los bolsillos y repartió caramelos de eucalipto a todas las niñas.
Eran las seis. Las seis de la tarde de mi cuarto o quinto no-cumpleaños. Hermana mayor le dijo al hombre del sombrero de fieltro si podía quedarse un momento a mi cargo. Me sentó en el banco, posó un capazo en miniatura como el que mi madre usaba para ir al mercado en el que; antes de salir, yo había guardado un juego de cacharritos y tacitas de té y se fue con el resto a un estanque cercano donde Eloína dijo que había renacuajos y una carpa enorme que habían traído del pantano.
El hombre del sombreo de fieltro, llevaba un traje oscuro y pajarita. Se parecía un poco a un inspector de educación que un día había venido a la escuela y desde entonces, nos daban un botellín de leche Aly en los recreos.
Al principio, yo miraba al estanque con la esperanza de que hermana mayor se diera la vuelta, me hiciera alguna seña o me rescatase pronto, porque no es nada divertido aguantarse las ganas de ver renacuajos solo porque hermana mayor crea que eres una renacuaja y tenga miedo de que te caigas de cabeza al estanque.
Luego el hombre, empezó a hacer preguntas y las respuestas se agigantaban o se empequeñecían porque apenas entendía nada y era injusto que me hubieran dejado sola. El hombre dijo: ¡Ay, nenina, ten paciencia!
El hombre observa a la niña que salió del bostezo de la pérgola y se le dibuja una sonrisa inquietante que puede desaparecer y reaparecer a voluntad, como la sonrisa del gato que llevó al jardín de la Liebre de Marzo, a Alicia.
"Jardín" y "Alicia en la urna de cristal" son obra del pintor EDUARDO NARANJO