Para que la tristeza no te cubra, ahuyentaré la niebla con mis manos de papel. No voy a poder, lo se, pero ellas quedarán grabadas, inquebrantable y azul mi aliento en su pulpa de grisalla. Para que la extrañeza de los días no te envuelva.
Para que la incertidumbre no alargue sus tentáculos opacos, encenderé una lámpara en el umbral ubicuo por donde sueles pasar algunos días. Quizá la apagarán los vientos y las sombras pero algo de resplandor queda pegado en el alma y pervive en el sueño el tenue resplandor de amanecida.
Para que la conspiración del desaliento no vacíe tus horas, buscaré tu mano y el abrazo. Como espantapájaros del miedo o como tres compases de pájaro sólo, lo mismo daría…si bastara si aleja el silencioso alboroto de alas cercenadas…. Ahora que tú estás abatida y yo sin nombres para nada, tratando de pintar el caracol de las ausencias recitaré el conjuro que aprendí de la terca media luz que llega a todas partes y no se duerme en el aire como el rito clandestino sino que es canto cuando todos los gestos parecen secas esperanzas alternativas y también es brisa que trepa la lluvia y sin palabras susurra que vivir empieza siempre ahora.
Para que la fatiga no te aturda escucharé la música que hay cerca de mí y que no he escuchado aún, pese a que algo me dice que sólo ella puede crear una complicidad indestructible entre los seres. Tal vez así sea la solidez del sentimiento, aunque no recuerdo el lugar de los ángeles, su mínima presencia de nube es la prueba…el aire que se descalza en los pájaros...
Para que tú no desesperes.